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Experiencias adversas en la infancia y salud: qué sabemos y cómo afrontarlas

El emblemático estudio Kaiser/CDC (Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades) que se llevó a cabo en la década de 1990 demostró que la mala salud de los adultos depende de la dosis o exposición a experiencias adversas que hayan sufrido en la infancia. Cinco de las 10 experiencias adversas en la infancia incluidas en el estudio eran el abandono físico y emocional y los maltratos físicos, sexuales y emocionales. Las otras cinco experiencias adversas en la infancia estaban relacionadas con alguna disfunción en el hogar: experiencia familiar de violencia contra la madre, enfermedad mental, encarcelamiento, abuso de sustancias o divorcio. Estas experiencias en la infancia tienen un impacto negativo en la salud física y mental hasta bien entrada la edad adulta. De hecho, las probabilidades de que un adulto intente suicidarse son 30 veces mayores si padeció 4 o más experiencias adversas en la infancia que si no sufrió ninguna.

Entonces, ¿cómo es posible que algunos niños que sufrieron muchas experiencias adversas en la infancia logren salir adelante en la adultez? Si bien no hay una respuesta única ni directa, sí sabemos que ciertos factores pueden ayudar a amortiguar los efectos del estrés tóxico en los niños. Estos factores de protección conocidos son, entre otros:

  • Conocimiento del desarrollo infantil por parte del cuidador: comprender las etapas del desarrollo ayuda a los cuidadores a reformular los comportamientos problemáticos, como los berrinches, y situarlos en el contexto de las capacidades físicas, emocionales y sociales del niño.
  • Ayuda concreta a los padres: pese a que el maltrato y el abandono traspasan todas las barreras socioeconómicas y educativas, los factores de estrés adicionales, como la inseguridad alimentaria o de vivienda, pueden aumentar el estrés de los padres. Ofrecer ayuda concreta puede contribuir a mitigar estos factores de estrés.
  • Nutrición y apego: las relaciones estables y enriquecedoras ayudan a los niños a sentirse seguros a medida que exploran el mundo. Los niños desarrollan su independencia y su autoestima porque saben que cuentan con personas confiables y protectoras de las que pueden alejarse y a las que pueden volver, y así logran recuperarse de situaciones difíciles.
  • Competencia social y emocional de los niños: fomentar las aptitudes sociales y emocionales de los niños los ayuda a aprender a regular sus comportamientos y emociones, lo cual les permite forjar relaciones sanas con los demás.
  • Relaciones sociales: tener y mantener vínculos sociales positivos y de apoyo es fundamental para todas las familias. Son personas en las que el niño puede confiar, que lo ayudan a crecer.
  • Capacidad de recuperación de los cuidadores: los cuidadores se enfrentan a todo tipo de factores de estrés, desde situaciones típicas de la vida diaria hasta condiciones sociales y ambientales como la pobreza y el racismo estructural.

Una forma de dar a nuestros niños las mejores oportunidades para una vida adulta sana es prevenir el maltrato y el abandono o, al menos, reducir la probabilidad de que se produzcan y fomentar la capacidad de recuperación. Para entenderlo mejor, podemos hacer referencia al modelo ecológico social que Dahlberg y otros propusieron para comprender la violencia. 
 

Modelo ecológico social de Dahlberg y otros
Fuente de la imagen: Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades1


El modelo ecológico social describe la compleja interacción que existe entre los múltiples factores que pueden aumentar el riesgo de violencia o proteger a las personas de ella, y proporciona un marco y estrategias de prevención. En el plano individual, factores como el rendimiento educativo, la seguridad financiera, el hábito de consumo de sustancias y los antecedentes de maltratos pueden influir en la probabilidad de que alguien sea autor o víctima de maltrato.

Las relaciones sociales estrechas conforman el segundo nivel del modelo. Por ejemplo, la unidad familiar, las parejas íntimas y los compañeros. El hecho de que se fomenten o se desalienten la violencia y la victimización incide en el riesgo.

La comunidad ocupa el tercer nivel, y en ella influye el grado de conexión. Las comunidades con mayores índices de aislamiento, niveles más bajos de conexión y menores índices de ayuda social tienen más probabilidades de sufrir violencia.

El cuarto nivel se centra en los factores sociales que pueden influir en la presencia o ausencia de violencia. Por ejemplo, la aceptación social de la violencia como medio para resolver conflictos y la falta de equidad en las políticas y prácticas que mantienen o fomentan la desigualdad y el trato desigual entre distintos grupos de la sociedad.

Es importante plantear los esfuerzos de prevención desde una perspectiva más global, algo primordial para la salud a largo plazo de nuestros niños, familias y comunidades. Una de las iniciativas de Valley Children's para tratar las experiencias adversas en la infancia y ayudar a desarrollar la capacidad de recuperación es posible gracias a la subvención PRACTICE en el marco de la Iniciativa de Concientización sobre Experiencias Adversas en la Niñez de California. Valley Children's estableció una asociación en el condado de Merced con ACE Overcomers, Central California Alliance for Health, First Five Merced, Merced County of Education's ACEs INC y el California Consortium for Prevention and Intervention. Los objetivos del trabajo son reforzar las asociaciones para detectar y responder a las experiencias adversas en la infancia, desarrollar servicios basados en pruebas y generar mano de obra sostenible para seguir detectando, respondiendo y previniendo el estrés tóxico y la adversidad.

Para obtener más información y capacitación sobre detección, tratamiento y recuperación, consulte acesaware.org.

 

Dahlberg LL, Krug EG. Violence: a global public health problem. En: Krug E, Dahlberg LL, Mercy JA, Zwi AB, Lozano R, eds. World Report on Violence and Health. Ginebra, Suiza: Organización Mundial de la Salud; 2002:1-21.