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Vacunas y COVID-19

Publicado el 23 de septiembre de 2020

Fue a fines de los 90 cuando los índices de vacunación contra el sarampión se incrementaron en más de un 90%, gracias a la iniciativa de la salud pública en respuesta a un brote de sarampión anterior. Me acurruqué junto a mi hija en la cama a leer James and the Giant Peach. En la cubierta interior del libro había una carta del autor, Roald Dahl, sobre la importancia de las vacunas. Su hija de 7 años murió por encefalitis causada por el virus del sarampión antes de que hubiera una vacuna disponible. 

En esa época, yo era estudiante de medicina en Cleveland. Tuve suerte porque nunca me tocó ver un caso de encefalitis por sarampión. Pero sí vi enfermedades que afectan a los niños y que los médicos residentes de hoy no han visto, y espero que nunca lo hagan. Era un mundo diferente por aquel entonces, uno que ha cambiado drásticamente a través de la introducción de varias vacunas.

La invasiva Haemophilus influenzae tipo b (no confundirse con la gripe estacional) es una infección bacteriana conocida por causar septicemia y meningitis que, antes del uso generalizado de la vacuna a fines de 1980, enfermaba a aproximadamente 20,000 niños en los Estados Unidos cada año. Morirían más de 1,000 de aquellos niños. Para cuando comencé la residencia, la incidencia de enfermedades graves provocó que la bacteria de la Haemophilus influenzae se desplomara a 261 casos por año, gracias a la introducción de una vacuna.

A pesar de este acierto significativo, los niños aún mueren debido a otra bacteria: Streptococcus pneumoniae, también conocida como neumococo. No era infrecuente ver a un niño pequeño en nuestra unidad de cuidados intensivos pediátricos con una meningitis neumocócica. Si el niño no moría por la infección en las siguientes 24 o 48 horas, eran altas las probabilidades de que quedara con una enfermedad neurológica debilitante irreversible. La introducción de la vacuna neumocócica conjugada en el año 2000 prácticamente detuvo estos casos con desenlaces fatales.

La vacuna contra el rotavirus estaba en desarrollo durante mi residencia, por lo cual mi hijo participó en la fase 3 de los ensayos clínicos. Un niño de corta edad con rotavirus podía comenzar a vomitar a un ritmo de más de 10 o 15 veces por hora. Poco tiempo después, seguirían episodios de diarrea. Y, en el lapso de unas pocas horas, el niño estaría tan gravemente deshidratado que requeriría una resucitación significativa y permanecer hospitalizado durante varios días.

En la actualidad, los residentes pediátricos conocen estas enfermedades que pueden ser evitadas mediante la vacunación como yo conocí la difteria y la polio: enfermedades que yo solo había conocido a través de los libros de texto.

Con la pandemia del coronavirus, hemos visto los índices de vacunación bajar drásticamente. Un comunicado de prensa de mayo de 2020 del Departamento de Salud Pública de California observó que el número de vacunas aplicadas a los niños en California entre los 0 y 18 años, en abril de 2020, se redujo más de 40% en comparación con abril de 2019.

Es comprensible que las familias tengan temor de ir al médico, por miedo a contagiarse de coronavirus. Los médicos en sus consultorios están adoptando las medidas apropiadas para mantenerlo a usted a salvo. O que las familias piensen que las vacunas pueden esperar hasta que volvamos a una apariencia de normalidad y se vuelva a la presencialidad escolar. Una vez aplicada la vacuna, el cuerpo puede tardar varias semanas en desarrollar la inmunidad apropiada. Y esas familias pueden ver estas enfermedades que se pueden prevenir con una vacuna como algo del pasado, de lo que realmente no tenemos que preocuparnos. Hemos observado un resurgimiento del sarampión a pesar de que se declaró como erradicado en los Estados Unidos en 2000. Muchos quizás recuerden el brote que tuvo lugar en Disneyland en 2015 y que se extendió a 27 estados. Eso puede suceder otra vez si no adoptamos las medidas requeridas para mantener la vacunación de nuestros hijos actualizada.

A pesar de que los índices de vacunación han comenzado a aumentar en los últimos meses, no están todavía en el nivel que deberían estar. Muchos de nuestros hijos continúan desprotegidos contra estas enfermedades debilitantes y potencialmente mortales que la mayoría de los pediatras jóvenes actuales no han visto nunca. Yo insto encarecidamente a los padres a que vacunen a sus hijos ahora, para que cuando nos volvamos a reunir, cuando las escuelas y los parques abran nuevamente, nuestros hijos no sean una estadística en el siguiente brote de una enfermedad distinta del COVID-19.

No los enviaríamos a la carretera sin un cinturón de seguridad adecuado o en una bicicleta sin un casco. No los dejemos desprotegidos y sin ninguna oportunidad de evitar enfermedades que se pueden prevenir con las vacunas.

*Si necesita asistencia para encontrar vacunas a bajo costo o gratuitas para su hijo, contáctese con su pediatra, el Departamento de Salud Local del Condado o con un pediatra de Valley Children's cercano a su domicilio.
La doctora Sosa es pediatra general especializada en la atención de niños con problemas médicos complejos.  También ejerce como directora adjunta del Programa de Residencia Pediátrica en Valley Children's Healthcare, y es directora médica de Atención Primaria y del Centro de Asociaciones para la Salud de la Comunidad.

Nota: este artículo de opinión se publicó originalmente en The Bakersfield Californian y en The Fresno Bee.